Cuando fuimos a bucear a las Maldivas
Fue el momento en el que subimos al avión cuando nos dimos cuenta de que nuestra experiencia estaba comenzando oficialmente. Cargados con nuestros equipos de buceo, las maletas llenas de cámaras de fotos, bañadores y crema del sol, nos dirigíamos, volando sobre el océano, a las Maldivas.
Este paraíso de arrecifes de coral, aguas cristalinas, fauna e islas deshabitadas nos parecía un lugar al que jamás pondríamos rumbo y lo veríamos a través de otros. Durante las 13 horas que pasamos en el avión nos dio tiempo a pensar en todos los lugares que queríamos visitar, en todas las comidas que queríamos probar, en el sol, la arena y, sobre todo, en bucear.
La mañana que despegamos, llegamos al aeropuerto abrigados y con el frío seco y metido en los huesos que caracteriza al invierno de días cortos y pocas horas de luz de Madrid.
Cuando bajamos del avión parecía que habíamos viajado a otro planeta. El sol ya comenzaba a ponerse en Malé, la capital del país, y lejos de encontrarnos con una isla paradisíaca, vacía y rodeada de la nada, pudimos observar desde el aeropuerto, a lo lejos, un complejo de edificios altos y acumulados unos al lado de los otros en una especie de ciudad de 6 kilómetros cuadrados en la que viven más de cien mil personas. No pasamos demasiado tiempo visitando Malé porque nuestro objetivo estaba claro: queríamos alejarnos de todo lo conocido y centrarnos en el mar, las palmeras y la tranquilidad que estábamos seguros, se respira en el paraíso.
Nosotros decidimos disfrutar de las islas observadas desde el agua y centrarnos en lo que había bajo la superficie, pero también nos picaba la curiosidad de conocer la vida del país, así que estuvimos los primeros días visitando algunas islas de Las Maldivas y después nos adentramos durante una semana en un barco que se convirtió en nuestra casa durante esos días y nos llevó de atolón en atolón a conocer los mejores sitios donde sumergirse en Las Maldivas.
RECORRIDO EN TIERRA FIRME
El conglomerado de islas que compone Las Maldivas está formado por 26 atolones que albergan entre todos, más de mil islas más pequeñas en su interior, de las cuales, sólo 200 están habitadas.
El recorrido “en tierra firme” como nosotros lo llamamos, consistió en visitar varias islas y ciudades de manera independiente durante unos días.
Nos alojábamos en pequeños, pero acogedores hoteles de cada sitio al que íbamos y estábamos un día o dos, como mucho en cada lugar. Intentamos empaparnos de la cultura, de la comida, de las rutinas de los locales, de sus gustos culinarios, de sus horarios… queríamos conocer su manera de vivir y de entender la vida. Y nos encantó.
Nuestra primera parada fue en una isla (de las habitadas) perteneciente al Atolón de Kaafu, llamada Maafushi, donde pudimos hacer nuestra primera inmersión en las famosas aguas del índico que tanta curiosidad nos estaban causando. Pudimos ver en primera persona y no en fotos o en nuestra imaginación, los colores y las formas que hacen bajo el agua los fondos de coral y la tranquilidad con la que se mueven los tiburones y los delfines cuando pasamos a su lado.
Desde Maafushi nos dirigimos en ferry a Guraidhoo, una isla conocida por ser uno de los mejores lugares de las Maldivas para hacer buceo.
Además de disfrutar de una experiencia de buceo inmejorable, otra cosa que nos encantó de esta pequeña ciudad es que todavía queda algo desconocida para los turistas y conserva en gran medida su autenticidad maldiva. La fuente principal de ingreso de la zona proviene de la pesca, así que, atraídos por la tranquilidad y la esencia de una vida local nos acercamos a ver qué podíamos encontrar en Guraidhoo.
Después de nuestra inmersión, con el estómago vacío y muy felices y agradecidos, comentamos anécdotas de la mañana en Guraidhoo y hablamos de lo que haríamos después, sentados en las mesas de un restaurante con vistas (The Wall Café). Cuando el sol comenzó a ponerse, y el agua reflejaba la luz anaranjada de la tarde, fuimos a la playa a ver el atardecer.
Nuestra siguiente parada fue la isla Huraa, una de las menos turísticas de Kaafu. Para llegar, tuvimos que ir desde Guraidhoo hasta Male, y en Male coger un ferry a Huraa. ¿Qué hicimos en esta isla? Descansamos durante el todo el día en la Bikini Beach e hicimos Snorkel al atardecer. Mientras descansábamos en las tumbonas de la playa, un grupo de niños locales comenzó a jugar al fútbol en la orilla y estuvimos varias horas entretenidos tomando el rol de árbitros del partido.
El plan estrella lo hicimos cuando era ya de noche y nos atrevimos a bucear sin luz. Si los tiburones y las especies marinas ya impresionan un poco de día… cuando no se ve nada la sensación de incertidumbre e inseguridad es mayor, ¡Pero mereció mucho la pena! Poco a poco, los ojos y el cuerpo se acostumbran a la oscuridad y se centran en observar lo que tienen delante.
Después de la experiencia nocturna probamos un restaurante llamado Kandu Grill. Cenamos marisco casi sobre la arena de la playa en unas mesas con sombrillas de paja y unas luces colgantes que iluminaban la noche.
El siguiente destino que visitamos durante nuestro recorrido por tierra firme, fue la isla de Dhiffushi. El mayor atractivo de esta isla son sus playas, que parecen sacadas de la portada de un disco de reggae. Arena blanca, agua azul turquesa, sombrillas en mitad de la playa y palmeras y plantas alrededor. El lugar perfecto para pasar un día o dos leyendo, tomando el sol y viendo el atardecer.
Hicimos noche en un hotel pequeñito pero muy acogedor (Crown Beach Hotel) que estaba muy cerca de la playa y nos resultó muy cómodo para continuar con nuestra tarea del día: disfrutar de no hacer absolutamente nada.
Nuestra experiencia sobre tierra no podía llegar a su fin sin haber pasado por un resort con todo incluido en Las Maldivas, así que nuestro último destino fue el hotel Milaidhoo Island un resort que se encuentra a poca distancia de Malé y tenía unas vistas inmejorables y unas instalaciones de en sueño en las que nos quisimos quedar a vivir. Cuando llegamos al establecimiento, el personal del hotel nos recibió con muchísimo cariño y amabilidad, el equipo nos hizo sentir como en casa.
Cuando entramos en nuestras respectivas habitaciones, no podíamos creer dónde estábamos. La sala daba directamente al mar, transparente y vacío, y sólo nos separaban del exterior unos ventanales enormes que decidimos abrir para dejar entrar la brisa marina y el viento que venía directo del océano.
Las paredes eran blancas y contrastaban con los muebles tallados en madera. El diseño no podía ser más bonito. Cuando salimos del cuarto teníamos ante nosotros una pequeña plataforma de madera con unas hamacas y sillas y mesas para desayunar o leer tranquilamente frente al mar, y a continuación, una piscina en forma de luna que se fundía con el mar.
Esa tarde fuimos a darnos un masaje, también al aire libre y con el sonido de las olas a nuestro alrededor, y después fuimos a cenar al restaurante del resort. Tuvimos mucha suerte porque no había demasiada gente y disfrutamos de una experiencia gourmet casi personalizada. Lo que más nos gustó de todo, fue que, a la mañana siguiente, nos trajeron el desayuno a la habitación. Muchísimos tipos de fruta, huevos revueltos, pan de todo tipo, zumos naturales y un chocolate y un café exquisitos. Estábamos empezando el día de la mejor manera posible, y lo mejor de todo: sin prisa, sin planes establecidos. Durante ese día y el siguiente nos dedicamos a recorrer todas las zonas del hotel, a tomar el sol, a descansar y ¡a comer mucho y muy bien!
LIVE ON BOARD
El momento de embarcarnos en nuestro alojamiento para los siguientes días había llegado. Comenzaba nuestra aventura completamente enfocada a bucear en las Maldivas. Contratamos un barco que nos llevó por las mejoras zonas para sumergirse. Decidimos hacer la ruta Sharktastic, que recorre los atolones de Ari, Male, Vaavu y Meemu. En el momento del año en el que nosotros viajamos, las aguas del océano traían corrientes provenientes del este de las Maldivas, nacían en Sumatra e Indonesia y traían consigo especies oceánicas que se acercaban a los arrecifes a gran velocidad y limpiaban el entorno marino, por lo que la visibilidad de las profundidades era increíble.
El recorrido duró 7 días, y el primer lugar al que nos dirigimos para sumergirnos fue el atolón de South Male. Nuestros puntos de inmersión fueron Kandooma Thila, uno de los pocos lugares de Las Maldivas donde la dirección de las corrientes no afecta a la calidad del buceo, que es siempre impresionante. Vimos tiburones de puntas blancas, mantas rayas y arrecifes de coral con unos colores suaves y delicados que no pudimos sacar de nuestra mente durante todo el día.
El otro punto de inmersión de esta zona fue Cocoa Corner, donde encontramos la mayor cantidad de tiburones hasta el momento. Nos sumergimos casi 29 metros y la presión del agua, los nervios y el espectáculo de especies marinas que vimos ante nosotros hizo que nuestra adrenalina se disparase y no hubiese espacio para el miedo. Vivimos esa experiencia como si fuese la última. El momento más especial de esa inmersión fue cuando una familia de tiburones de puntas negras cruzó con la aparente tranquilidad y calma con la que se mueven estos animales, el canal que abarca de Cocoa a Kandooma.
Nuestro siguiente destino fue el atolón de Vaavu, un paraíso todavía sin explotar que alberga varias islas, el atolón de Felishoo y el arrecife de Vattaru. Hicimos una inmersión en Fotteyo Kandu, que está considerada como una de las zonas de buceo más icónicas de Las Maldivas. Durante el camino, nos acompañaron barracudas, mantas rayas, bancos de atún y un día soleado que dejamos de ver según avanzábamos en dirección al fondo del mar.
El Atolón de South Ari, fue nuestro último punto de inmersión. Este atolón natural se encuentra en el oeste del archipiélago. Los lugares donde nos sumergimos fueron Maamigili Beyru, donde pudimos ver muy de cerca tiburones ballena, que han convertido, por alguna razón que no llegamos a descubrir, este atolón en su casa.
La última inmersión de nuestro espectacular viaje fue en Broken Rock, una zona que recibe su nombre a raíz de la gran roca partida que se ubica el centro de este lugar de buceo. En esta inmersión vimos grandes zonas de arrecifes de coral con muchísimas combinaciones de colores y formas que parecían bailar al ritmo del movimiento de las corrientes del agua, que en esta zona son muy fuertes y en alguna ocasión tuvimos que prestar especial atención a no golpearnos contra el coral.
El ecosistema de Las Maldivas es precioso, pero muy delicado, ya que es el país que menos altura tiene, por lo que el aumento del nivel del mal le afecta sobremanera. Tenemos que respetarlo y cuidarlo, observarlo desde la distancia sin alterarlo. Hicimos una lista con fotos de todas las especies marinas que pudimos ver durante nuestro viaje y este fue el resultado:
Vimos tiburones Ballena, Mantas rayas, tortugas, tiburones de puntas blancas y negras, barracudas y morenas, peces payasos, cangrejos correteando por la arena de la playa y por su puesto, disfrutamos de los colores de los arrecifes de coral, ¡que también están llenos de vida!
Nuestra experiencia en Las Maldivas, aunque nació como un viaje centrado en el buceo, terminó marcando un antes y un después en nuestra forma de ver la vida, ya que la calma que sentíamos en cada isla que visitamos, lo largos que eran los días y la sensación de que teníamos todo el tiempo del mundo a cualquier hora del día, nos hizo querer cambiar muchas cosas de nuestra rutina en la ciudad, y por supuesto cambiaron muchos objetivos en el corto plazo para ser sustituidos por este: “Tenemos que volver”. Lo cumpliremos pronto y os lo contaremos todo.
Esperamos que nuestro viaje os haya motivado para hacer uno similar, o ¡el mismo! Y os haya animado a viajar por libre, aunque el destino quede un poco lejos. Merece mucho la pena caminar, comer y vivir, como lo hace la gente autóctona de cada país.